No me acuerdo bien cuentas cosas nos dijimos esa tarde, supongo que
entraban contadas en los dedos de una mano. No hacia falta hablar, porque sentíamos,
y los dos, lo mismo.
Sonaba música tranquila, y aunque el volumen no llegaba a molestar, a mi
me mataba, la sentía cada vez mas fuerte, y opacaba su voz (o su mirada).
Estaba hasta en el aire, la necesidad de vernos en acción, con la respiración
agitada, y sonriendo de placer. Me senté arriba suyo, y lo mire.
Que lejos estábamos, yo tan cerca de tu cuerpo, y separada de sus
sentimientos, esos que alguna vez, creí querer. Como se sentían tantas
quebraduras en nosotros, y como dolía. Que necesidad incontenible de decirte
que no iba a ser la ultima vez si él quería.
Era sábado, era frio, y era gris. Aprendimos a callarnos esa tarde, y a
mirarnos mas. Sus ojos, como nunca antes, penetraron a los míos, con fuerza. No
hablamos, la música se corto, y no lo notamos. Hablaban las miradas esta vez.
Mi pecho, casi en tu boca, y empezó a sentirse en calor.
Nos desvestimos, esa tarde, ese sábado. Callados, y sin dejar de
mirarnos. Sus manos me frotaron la espalda, y bajaron. Yo lo agarre de las
mejillas, lo apreté, y lo bese, con bronca, con dolor. La atracción, casi
tramposa, nos llevó a rencontrarnos otra vez. Volver a sentir su piel, olerlo,
tocarlo, acariciarle el pelo, verlo dormir. Tan adentro mio, y tan ajeno.
Dos horas, y sin palabras, nos dijimos todo lo que teníamos guardado. Hablaron
las miradas, y los cuerpos, casi por inercia, actuaron. Apoyo mi cabeza en su
pecho, y sin pedir permiso. Por primera vez, en toda la tarde, nuestras miradas
se desconectaron. El apoyo una mano en mi espalda, y con la otra, prendió un
cigarro, largo el humo, y miro el techo.
Un ‘¿Estas bien?’, rompió el silencio, y aturdió. ‘Si’ conteste. Paso
mucho tiempo ya, su piel, tiene historia, su cuerpo lo revela.
Sin razón, otra vez, estaba acostada con el ladrón de mis sueños. A mis
proyectos, los hizo suyos, les puso su nombre, al igual que a mi cuerpo. Todo
lugar y destino, tienen algo que me hace pensarlo, vivirlo, llorarlo,
recordarlo. Soy una mujer vacía, queriendo rellenar huecos, dolorosamente
profundos, tapando cada herida, con una más grande, y negándome al amor. Cuidándome
el corazón, protegiéndome de cualquier persona que quiera, con caricias,
complacerme. Soy otra mujer, la que hoy, con los mismos ojos de ayer, lo mira.
Soy una mujer, incompleta y herida, soy esto, lo mucho o poco que puede ver.
Esto, que él dejo tirado. En esto me convirtió.
Me levanto, me cambio, y le agradezco por cuidarme. Se termino. Bajamos
juntos, subimos al auto, y tres cuadras después, me bajo. Antes de abrir la
puerta, vuelvo a mirarlo. Sonrío. Podría pedirle de vernos otra vez, pero no, ya
no quiero atarme más a sus deseos. Me abraza, fuerte, y agradece que haya
querido verlo ‘a pesar de todo’. Cierro la puerta, agacha la cabeza, y por la
ventanilla baja pide que me ‘cuide mucho’, ‘vos también’ retruco, y aceleró.
Seguramente, los sentimientos a los que yo, ya creía haber enterrado,
nunca se habían muerto, y esa tarde, se hicieron notar. Ahora, yo, esperaba un
colectivo que me acerque a mi casa, y el sol, testigo, se escondía.
Que nadie se entere, que nadie nos vio. Algo quedo claro esta tarde: el
amor que nos tenemos, por más doloroso, y perturbador que sea, es inmenso.
Dos horas tocándome, y te vas. Volvemos a ser dos desconocidos, y una vez
más, te llevas lo que queda sano de mi alma.
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